Por Victoria Aizicovich
En la era contemporánea las redes de conocimiento y/o innovación se han transformado en un fenómeno característico, propio de la llamada ‘sociedad de la información’ o ‘sociedad de la inteligencia artificial’, en la que se ha gestado un cambio social, cultural, económico, político e institucional, así como una perspectiva más pluralista y desarrolladora.
Sobre el particular, es preciso señalar que el conocimiento es justamente la capacidad cognitiva asociada a la posibilidad de interpretar y transformar información, lo que genera una necesaria interacción entre estos dos factores, en la que debe incorporarse el aprendizaje como un factor coadyuvante. El conocimiento solo mantiene su valor si se regenera y retroalimenta constantemente -cobrando preponderancia con la velocidad en la que arremete- por lo que, la capacidad de aprender se ha vuelto nodal.
Frente a esta perspectiva, el mercado actual del trabajo se sustenta en dos grandes tendencias: la globalización y la economía basada en el conocimiento, en las que la subcontratación, la rapidez por incorporar nuevos cambios, la innovación tecnológica, las nuevas formas de distribución, la búsqueda continua de eficiencia, la alta movilidad de recurso humano, la flexibilidad organizacional y el uso intensivo de las TICs generan nuevas formas de producción y mercados de alto valor agregado, donde el capital humano tiene un papel central.
Cierto es que la dinámica antedicha incorpora empresas, organismos públicos, centros de investigación, universidades, organizaciones de enlace, entre otros; surgiendo la noción, por ejemplo, del knoweledge management en las empresas, que apunta esencialmente a recabar y sacar provecho de los conocimientos de sus empleados, máxime aquellos profesionalizados.
En ese sentido, con más dinamismo en los países desarrollados que en aquellos en los que subsiste la brecha digital, la industria de las telecomunicaciones, el desarrollo de sistemas, y la producción de servicios y contenidos digitales aparece como la llamada a liderar el mercado del trabajo que, en la mayoría de los casos, atrae a jóvenes calificados; posicionando el foco en los seres humanos como productores del know how, en tanto se presentan como una de las formas masivas de la comunicación global.
Consecuentemente, el conocimiento básico se ha convertido en el nuevo motor de la economía, atrayendo más capital de riesgo e impulsando la creación de nuevas organizaciones con servicios especializados de asesoría con personal de alto nivel de calificación generando, así, un nuevo perfil en el mercado laboral global, definiendo nuevas formas de trabajo y características claves en el capital humano.
Justamente, este nuevo tipo de trabajadores, diferenciado de los sectores tradicionales y direccionados a generar nuevo conocimiento, han creado una dinámica propia y característica del vínculo de empleo; en el que resaltan la habilidad para solucionar problemas, la independencia y autonomía y la importancia preponderante de trabajar en equipo -sobre todo en las relaciones interpersonales-, con una visión macro y global, enalteciendo las capacidades comunicacionales. Por supuesto, aquí estamos hablando de un grupo de trabajadores ‘privilegiado’, en tanto profesionalizado y altamente calificado, que pertenece a un núcleo que forma el estrato superior del mercado interno del trabajo, con fuerza para imponer sus condiciones.
Es allí, en ese viraje de la relación empleador-empleado; en el que se evidencia una mutación de la oferta y demanda; en tanto las bases y condiciones de ese vínculo se presentan como flexibles, pactadas y dirigidas a una permeabilidad desconocida por los rubros más tradicionales; en tanto la patronal no pretende permanencia; sino un intercambio constante de información con valor agregado, en el que no existe un real dependencia del uno con el otro; sino un aprovechamiento positivo del capital humano (para mejorar el rendimiento de la empresa), y un provechoso cumulo de experiencia para insertarse en nuevos sectores por parte del trabajador.
Actualmente, la preponderancia de las fuerzas del mercado ha determinado que los conceptos de flexibilidad y adaptabilidad se impongan no como opciones sino como exigencias, en un entorno dominado por el imperativo económico de ser competitivos y claro, con ello, se introducen obligados cambios en la organización del trabajo, la estructura del empleo y las contrataciones.
Asimismo, esta nueva organización, exige un mayor nivel de participación de los trabajadores, con mayor autonomía laboral -con equipos de trabajo autogestionados y círculos de calidad-, reduciendo la necesidad de supervisión, con la opuesta tendencia de ligar también el salario al rendimiento de cada individuo, exigiendo habilidades especificas difíciles de reemplazar, lo que lleva a ‘fidelizar’ los empleados, para fortalecer los vínculos.
Como parangón, estas nuevas formas de empleo se entrelazan, en la mayoría de los casos, con la reglamentación del teletrabajo y, particularmente, con el teletrabajo móvil o nómada, en el que es el trabajador el que se desplaza constantemente y trabaja desde el sitio en el que se encuentra en ese momento o el teletrabajo autónomo, subcontratación de determinados procesos, contratos a tiempo parcial, temporales y contratación exterior y, si bien, en un principio este viraje estaba direccionado a la tecnología de la información, paulatinamente se ha ido expandiendo a otros sectores más tradicionales, tales como servicios contables, financieros, fiscales, legales o de venta.
Huelga referenciar que el actual sistema legal que domina el campo del trabajo no es suficiente para contemplar las numerosas vicisitudes de esta nueva organización, por lo que es recurrente la búsqueda de acuerdos alternativos, generando incentivos para impulsar la sensación de pertenencia y a la vez satisfacer las necesidades de los nuevos actores involucrados.
Frente a tal escenario de situación, pueden destacarse brevemente y a modo de conclusión algunas de las ventajas de esta nueva organización laboral en lo que respecta a la industria del conocimiento calificado; a saber: el mejoramiento en la calidad de vida de los trabajadores autónomos, en cuanto al ahorro y bienestar, la reducciones de costos para las empresas y el incremento en la productividad y competitividad; ello en tanto las empresas pueden conseguir trabajo en la áreas con mejor combinación calidad y costos y los individuos tienen la posibilidad de ampliar el ámbito geográfico de búsqueda laboral.
En otras palabras, esta modalidad de trabajo se adapta a las exigencias del mercado global. El gran reto de la nueva era se presenta, entonces, en conseguir que los potenciales beneficios de las nuevas posibilidades técnicas lleguen a todos los individuos.